La esencia de Telegram y el debate sobre los límites del control y de la libertad de expresión
Utilizo Telegram como punto de partida para explorar los límites del control en nombre de la seguridad y la libertad de expresión y cómo estas medidas, aunque inicialmente bien intencionadas, pueden convertirse en herramientas de control y presión.
Sin lugar a dudas, los 3 días en la cárcel de Pavel Durov han hecho mella en él esta vez. Tras ser liberado, él mismo en su canal de Telegram, empezó a anunciar muchas cuestiones nuevas relacionadas con la moderación de sus grupos, propaganda sobre cuántos grupos radicales habían cerrado, etc...
Lo último: van a compartir las direcciones IP y los números de teléfono de los usuarios con las autoridades en respuesta a solicitudes legales válidas, algo a lo que hasta ahora se habían negado. De hecho, Durov abandonó Rusia en su momento, supuestamente, porque no quería plegarse a este tipo de peticiones.
Pero ¿Telegram no es una app de mensajería totalmente segura y cifrada?
Pues no. Para nada. La única manera de tener cifrado "de conocimiento cero" (o sea, cifrado ya en origen, en tránsito y en destino de modo que ni siquiera ellos puedan descifrarlo) es usando los llamados "Chats secretos". Pero en los chats y grupos convencionales, la información solo se cifra en tránsito, pudiendo ser accedida por Telegram cuando quiera, y guardando ahí un histórico enorme de todas tus conversaciones.
Esto no es nuevo: siempre ha funcionado así, al contrario que en WhatsApp o Signal (cuyo protocolo es el que usa la mensajería de Meta), donde sí hay cifrado total del contenido (aunque no de los metadatos, ojo). Pero en su día se corrió el bulo de que Telegram era más seguro por defecto y, por oleadas pero sin descanso, cientos de millones de personas se sumaron a esta aplicación.
En su momento fue simpático, al menos para mi, ver como diferentes oleadas de nuevos suscriptores de mi agenda se iban sumando al servicio siempre siguiendo tandas muy estrechamente relacionadas con ciertas tendencias políticas de uno u otro signo. Pero la mayoría desconocían lo que acabo de contar.
No obstante, también he de decir, que más allá de esto y si no te preocupa en exceso que tus mensajes puedan ser teóricamente leídos por ellos, Telegram es un servicio de mensajería muy superior a WhatsApp y otras opciones en cuanto a características y funcionalidad. Siempre han sido muy innovadores en sus funcionalidades y servicios, muy por delante de los demás, que les suelen copiar. Los grupos son mucho más potentes. El contenido que puedes encontrar no tiene comparación con lo de WhatsApp. Y si quieres privacidad puedes tenerla.
Pero el meollo de la cuestión aquí y ahora es el debate que se abre, una vez más, entre la necesidad de parar a "los malos" y el derecho a la privacidad absoluta de "los buenos". Está claro que Europa no es Rusia, pero ¿hasta qué punto tiene derecho el Estado a decidir quiénes son unos y quiénes son los otros?
Hay casos evidentes, como la promoción o transmisión de la violencia, el abuso infantil, el tráfico de drogas... Pero otros como el derecho a la disidencia política por muy "extremas" que sean tus ideas (la ventana de Overton todos sabemos que varía mucho estos días), no se trata de algo tan claro.
Además, si las apps o el propio cifrado vienen con un agujero de serie para los gobiernos, como se pretende en algunos países desde hace tiempo, ¿quién nos asegura que se utilizará para lo correcto? ¿Quién vigila a los vigilantes?
Y no, no me vale lo de "Yo no tengo nada que ocultar". Yo tampoco. Pero la cuestión no es esa. La historia nos ha enseñado que, casi siempre, las medidas de seguridad acaban por ser utilizadas como herramientas de control y represión. La línea entre proteger a la sociedad y vulnerar derechos individuales es difusa y peligrosa.
Y Durov era un adalid radical de esto. Ahora su postura es bastante menos creíble que antes, y esto es (o debería ser) un grave problema para Telegram.
También es cierto que llevar una app con más de 1.000 millones de usuarios activos cada mes y no tener que llegar a la situación actual era una situación anómala, y que es normal estar ahora en este punto.
El problema de Durov ha sido atar en exceso su imagen a su creación, y con su defensa radical de la libertad y su posicionamiento como mártir de la misma que lo convirtió en un apátrida. Por ello, muchos no le van a perdonar el cambio de rumbo.