Somos unos superficiales: aprovéchalo

José M. Alarcón
José M. Alarcón
Gallego de Vigo, amante de la ciencia, la tecnología, la sociología, la música y la lectura. Ingeniero industrial y empresario. Fundador de Krasis, especialistas en e-learning. Autor de varios libros y cientos de artículos.
Somos unos superficiales: aprovéchalo

Sancho I de León, conocido como Sancho el Craso o Sancho el Graso, reinó en León en dos periodos diferentes y es recordado casi  exclusivamente por su extrema obesidad.

Su primer reinado, del año 956 al 958, terminó cuando, rechazado por su enorme gordura, lo acabaron destronando los nobles castellanos. Bien es cierto que no solo era su aspecto lo que influía, sino que la obesidad mórbida le impedía, ya no guerrear, sino incluso caminar sin ayuda. Mala imagen para un gobernante.

Unos años más tarde recuperó el trono en gran parte gracias al empeño de su abuela, la reina Toda Aznar de Navarra, que se centró en hacerlo adelgazar para mejorar sus aptitudes físicas y su imagen. Lo llevó a Córdoba (donde todavía existe una calle con su nombre) para que le ayudaran los musulmanes, mucho más adelantados en todos los aspectos que los ignorantes cristianos de la época.

Los médicos cordobeses lo pusieron en forma y gracias al cambio de aspecto y al apoyo bélico de los musulmanes -conseguido a cambio de unas promesas hechas por Toda de Navarra pero que luego Sancho incumplió- logró recuperar el trono y volvió a reinar entre 960 y 966.

A pesar de que gobernó durante más tiempo en su etapa con buen aspecto (casi atlético al parecer), de que provocó un mayor avance de los musulmanes debido a sus promesas incumplidas, y de que murió envenenado pero estando en forma, pasó a la posteridad con el apodo que hace referencia a su gordura.

Los detalles de esta historia, muy interesante, se pueden leer en la página al respecto de la Fundación Saber.es de la Biblioteca Digital Leonesa.

Juzgar un libro por las tapas

Nuestro cerebro está diseñado para tomar decisiones rápidas y basadas en muy poca información, actuando además según esquemas generales y patrones pre-establecidos.

Es natural, por tanto,  que partiendo de una situación sin referencias, lo único de que disponemos para valorar a otras personas es información muy superficial que recabamos en unos instantes. Así que ejercemos esos juicios inconscientes todo el tiempo: cuando nos presentan a alguien, durante una entrevista de trabajo, en una primera cita, al escuchar a un comercial que nos vende un producto… Tras unos segundos ya casi tenemos una decisión tomada que luego es muy difícil de cambiar.

De ahí que sean tan nocivos los estereotipos culturales. La sociedad hace una clasificación automática de determinados tipos de gente, etnias, grupos sociales e incluso profesiones, y las personas que viven en dicha sociedad tienden a clasificarse unas a otras dentro de estos parámetros comunes.

Y aunque ese no sea tu caso -o no lo quieras reconocer- es evidente que una gran mayoría de las personas actúa de este modo. Y como se desprende del ejemplo de Sancho el  Craso, siempre ha sido así, aunque en la rápida y visualmente híper-estimulada época actual sea algo todavía más acusado.

Es indudable que en muchas situaciones la imagen personal juega un papel tanto o más importante que las verdaderas habilidades o características de lo que estamos observando.

Más allá de lo generosa que haya sido la naturaleza con el aspecto físico del cual partimos, depende mucho de nosotros cuidar nuestra imagen. Y con ello no me estoy refiriendo solamente a la pura estética o a ser más o menos agraciado, sino a la imagen que uno proyecta y que depende de muchas otras cosas. La actitud personal tiene mucho que decir aquí también, tanto o más que el aspecto puramente estético. Una misma imagen personal y actitud puede ser adecuada para un ambiente pero no para otro, así que debemos elegir con cuidado.

Menos superficial de lo que parece

Ya en el siglo I antes de nuestra era decía Cicerón que "la cara es el espejo del alma y los ojos son sus intérpretes".

Está demostrado que los seres humanos, como individuos sociales que somos, tratamos de encajar en la sociedad en la que vivimos. Y por eso de forma inconsciente nos ceñimos a los mismos estereotipos que luego usamos para clasificar a los demás. Incluso la mayoría de personas que son muy individualistas acaban por parecerse entre ellas, formando irónicamente su propio estereotipo.

Por eso la anterior máxima de Cicerón es una profecía auto-cumplida: creamos estereotipos, la gente se auto-encaja en ellos y los usa también para clasificar a los otros. Así, cuando catalogamos a las personas de esta manera acertamos en más ocasiones de las que explicaría la estadística y nuestro juicio es menos superficial de lo que pudiera parecer a simple vista.

Aprovecharlo a nuestro favor

Lamentablemente muchas veces nos equivocamos y se equivocan con nosotros. Por ello es tan importante tratar de proyectar la imagen que se espera de nosotros, aunque manteniendo nuestra individualidad y lo que nos hace especiales. Es marketing pero aplicado a la persona.

Por ejemplo, si vas a hacer una entrevista de trabajo es muy difícil que te contraten si aparte de tener las aptitudes requeridas no proyectas la imagen que espera el entrevistador en su esquema mental.

Un ejemplo muy claro de todo esto, para el que tenga dudas de si realmente ocurre, es el conocido caso de Susan Boyle y su participación en el programa televisivo "Britain Got Talent" del año 2009. Se trata en ese momento de una mujer de un pueblo pequeño, de 47 años pero con aspecto de ser mayor, fea y con toda la pinta de "cateta". ¿Tiene todo esto algo que ver con su talento para cantar? En absoluto. Sin embargo cuando salió al escenario los "jueces" la trataron con gran condescendencia, y alguna gente del público sonreía maliciosamente al decir que pretendía ser una cantante profesional. Cuando por fin la escuchan, las bocas abiertas tienen más que ver con la rotura del estereotipo que con lo bien que canta Susan. No te pierdas el vídeo:

Aunque es muy superficial (y muchos lo calificaríamos de lamentable), es completamente lógico ateniéndose a nuestra naturaleza. La mayor parte de la gente no va a ver más allá, ni nosotros podemos pretenderlo. Así que debemos asumirlo aunque no nos guste y actuar en consecuencia.

Por ello si queremos conseguir ciertos objetivos está en nuestra mano aprovechar la superficialidad de la gente y tratar de modificar nuestra actitud, nuestras formas y nuestro aspecto para adaptarlo al ámbito personal y profesional que hemos elegido o nos ha tocado vivir.

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