Normas e incompetencia: la necesidad de romper las reglas

Una historia intrascendente que me ha ha hecho pensar en la manera de actuar que tiene mucha gente, y el reflejo que tiene ese tipo de comportamiento en la sociedad, si es generalizado.

José M. Alarcón
José M. Alarcón
Gallego de Vigo, amante de la ciencia, la tecnología, la sociología, la música y la lectura. Ingeniero industrial y empresario. Fundador de Krasis, especialistas en e-learning. Autor de varios libros y cientos de artículos.
Normas e incompetencia: la necesidad de romper las reglas

#TrueStory: tengo un amigo que es calvo como una bola de billar. Vamos, que no tiene ni un solo pelo en la cabeza.  Esta semana fue por primera vez a nadar a una piscina que queda cerca de su nueva casa, donde se acaba de mudar. Cuando aún no llevaba siquiera un largo entero recorrido, se le acercó con premura un vigilante de la piscina para recriminarle que estuviese en el agua sin llevar puesto uno de esos incómodos gorros de látex, por otra parte obligatorios. Mi amigo le contestó que qué sentido tenía que se pusiese** él** ese gorro, si el único motivo de llevarlo es no soltar pelos que obstruyan las bombas o molesten a los demás*. El vigilante insistió con su cantinela: "Es obligatorio. Si no se lo pone, lo tendré que expulsar de las instalaciones". Ante la imposibilidad de razonar con él, se tuvo que hacer con uno prestado y ponérselo para poder continuar.


Esta historia intrascendente me ha ha hecho pensar en la manera de actuar que tiene mucha gente, y el reflejo que tiene ese tipo de comportamiento en la sociedad, si es generalizado.

En primer lugar alguien podría argüir que, aún teniendo razón, la actitud de mi amigo se podría interpretar como aquella de "Las reglas no van conmigo", y que si existen unas normas hay que cumplirlas. Además soy consciente de que muchas normativas que parecen estúpidas tienen en el fondo una razón de ser más importante que no alcanzamos a ver (no es el caso). Sin embargo, según me dijo (y, conociéndolo como lo conozco, estoy seguro de que fue así), el no llevarse un gorro respondía a la simple convicción lógica de no necesitarlo y a su experiencia anterior de haber vivido en varios países más pragmáticos que el nuestro en los que jamás había tenido que ponérselo.

En este caso concreto lo que me interesa es reflexionar un poco sobre la actitud del vigilante, o lo que es lo mismo: aplicar las normas ciegamente sin plantearse siquiera cuál es el verdadero sentido de las mismas y los efectos en la sociedad de esta actitud vital, cuando se aplica a gran escala.

Profesionales autómatas

Laurence J. Peter, en su famoso libro de 1968 "El principio de Peter", expone el concepto de "automatismo profesional". Se refiere precisamente a estas personas que en el ámbito profesional se limitan a seguir las normas como robots, sin cuestionarse nada: ni los porqués, ni las consecuencias, ni las situaciones, ni las excepciones. Las reglas se siguen y punto. A este tipo de personas les llama "profesionales autómatas" o "invertidos de Peter" porque invierten la relación medios-fines, como veremos enseguida.

Lo que da pábilo a este tipo de comportamiento es que, según Peter, los profesionales autómatas tienen más probabilidades de conservar su trabajo que aquellos otros cuyo comportamiento se rige por el sentido común, o lo que el llama la súper-competencia, ya que los primeros no tienden a quebrantar la jerarquía. De hecho va más allá y afirma que "en la mayoría de las jerarquías, la súper-competencia es más recusable que la incompetencia. La incompetencia ordinaria no es causa de despido: es simplemente un obstáculo para el ascenso".

Lo cierto es que el sentido común es el menos común de los sentidos. Por eso en la mayor parte de las organizaciones se tiende a crear procedimientos para todo: para que no haya que pensar, solo actuar. No niego la utilidad de esto, y es necesario para muchos casos. El problema es cuando las normas se convierten en Leyes y quitan del medio por completo el sentido común. En este caso se produce una gran paradoja: se piensa en un fin deseable, se crean los medios para obtenerlo (las reglas), pero después esos medios acaban por convertirse en los fines en sí mismos, ya que jamás nadie se plantea cuáles eran los fines originales. Solo se aplican unas reglas.

Las reglas pueden estar bien, pero no pueden sustituir al sentido común.

Lo malo de este comportamiento absurdo es que se fomenta en la mayor parte de las organizaciones, especialmente en las grandes, y con mayor impacto todavía en las administraciones públicas y cuerpos del Estado. Y el efecto global en la sociedad es que reina la uniformidad, la aplicación descerebrada de normas con efectos devastadores para algunas personas y familias. Y eso no está bien. No hay nada más injusto que igualdad, porque no todos somos iguales.

Cuándo está bien romper las reglas

Hay una cita muy conocida atribuida a distintas personas que dice: "Las reglas están para que las sigan los necios y para guiar a los sabios".

Y es totalmente cierto. Lo complicado es determinar si somos sabios o, por el contrario, unos necios (de eso hablo en mi libro "Tres Monos, Diez Minutos").

Es imposible que una regla contemple todas las circunstancias. Por lo tanto, aplicarla en todas las ocasiones es, por definición, injusto y causa de problemas. Conociendo los fines y las motivaciones que están detrás de ésta y aplicando el sentido común, el incumplimiento de una norma puede ser más justo y más beneficioso para dichos fines que su aplicación ciega.

A veces forzar el acatamiento de una regla puede ser devastador para una persona o colectivo concreto que se ven afectados por ello. Y aquí hablo de reglas administrativas, creadas por burócratas pensando en los casos más generales y evidentes pero sin considerar los efectos que pueden tener para gente en otras circunstancias, quizá menos comunes, pero a los que la norma abarca. En ocasiones los posibles efectos negativos sobre unos pocos son tan importantes que no justifican los beneficios de aplicarlos ciegamente en la mayoría. En estos casos deberíamos rebelarnos y clamar justicia. Y los que aplican la norma, si tienen dos dedos de frente y un poco de corazón, también deberían hacerlo.

Pero es que romper las reglas requiere mucho más valor y esfuerzo que seguirlas. Es mucho más seguro y más fácil forzar su cumplimiento y que el que las haya diseñado afronte la responsabilidad, que no cumplirlas y tratar de cambiar lo que está mal, aunque sea simplemente informando de lo que no funciona.

Deberíamos estar siempre dispuestos a tratar de entender el porqué de cada norma que seguimos (o mejor aún, de las que hacemos seguir), a romper las reglas cuando sean injustas o no sirvan para el fin que se diseñaron y, en estos casos, dispuestos también a tratar de cambiarlas aportando nuestro granito de arena (muchas veces no podemos cambiarlas, pero sí informar, difundir o incluso ser insumisos).

Y esto se aplica a  las reglas de nuestra vida personal también. A medida que adquirimos experiencia en la vida, nuestra idea del mundo se va conformando y vamos diseñando nuestras propias reglas de comportamiento, algunas muy estrictas aunque no las hayamos formulado de forma consciente. Llega un punto en que nos movemos por pura costumbre, aplicando inconscientemente nuestras propias normas muy estrictas sobre cómo actuar, qué hacer y qué no hacer. Colorear por fuera de los bordes a veces es muy importante para salir de nuestra zona de confort y evolucionar.

No estoy diciendo que todas las normas sean inútiles, ni que debamos oponernos a ellas por sistema o que no debamos cumplir las leyes. En absoluto. Solo estoy diciendo que deberíamos aplicar el sentido común, intentar entender su verdadero fin y tratar de utilizar el pensamiento crítico antes de hacer algo solo porque lo diga una norma.

Rules-Motherfucker

* De hecho los nadadores profesionales, que están muchas horas al día en la piscina, se los ponen aun siendo calvos porque protegen su cuero cabelludo de la exposición continuada a los productos químicos usados en las piscinas, y en competición para distinguirse de otros nadadores. En una piscina convencional los nadadores esporádicos solo se los ponen para no liberar cabellos, o sea, por higiene para que dure el agua más tiempo y para no obstruir las bombas por acumulación de pelo. Por ese mismo motivo lo lógico sería que, los tipos con barba mesiánica o los excesivamente peludos, llevaran esas zonas envueltas en neopreno para evitar perder pelos.

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